El caso de Francisco Lara Campoy, fallecido en el año 2009, no es un testimonio más. Para los investigadores resultó un aporte fundamental a los documentos prácticamente inexistentes de la actividad del campo de concentración del Mogote, donde estuvo preso con apenas veinte años.
Lara Campoy consiguió durante su juventud entrar como aprendiz en el aeródromo de Sania Ramel, en Tetuán. Más tarde pasaría a la compañía de autobuses de La Valenciana donde le sorprendería el golpe militar.
Campoy recordaba a sus 94 años que “en el Centro Obrero Español de Tetuán seguíamos con interés los acontecimientos que habían soliviantado la vida tetuaní, que se sucedían a velocidad de vértigo. El 17 de Julio de 1936, uno de los dirigentes de dicho Centro, Sr. Ballesteros, reunió a los jóvenes que nos encontrábamos en el Centro, pidiendo voluntarios para vigilar en Tetuán los movimientos de tropas”. Los jóvenes del Protectorado sabían que algo estaba a punto de ocurrir.
Sin tener cumplido los veinte años de edad, Francisco estaba en aquel centro Obrero bajo la mirada de moros regulares que detuvieron a las personas que se encontraban en aquel espacio social.
Sus vivencias ya detenido retratan episodios aterradores. “Recuerdo que por las noches pasaban lista y al oír cada cual su nombre tenía que decir presente. Una noche el sargento que pasaba lista me dijo ¡bueno, tú no te vayas, que tengo que verte después! Cuando ya todos se habían acostado, se presentó diciéndome coge una manta y andando, me trasladaron a otro cuartel, para luego trasladarme al campo de concentración de El Mogote”.
Había pasado más de un mes desde el inicio de la guerra cuando Francisco llegó al primitivo campo de concentración de Tetuán. “Los falangistas de Tetuán venían todos los días de madrugada con una camioneta y una lista de nombres, que se llevaban y los mataban en cualquier lugar. Los cadáveres los cargaban en unas camionetas y los trasladaban al cementerio en plena alcazaba marroquí”.
Era tal el espanto de aquel espectáculo que provocó incluso protestas de la población marroquí, corriendo el rumor de que el Jalifa, representante del Sultán de Marruecos en el protectorado, intervino ante las autoridades militares para que aquellos hechos no se repitieran. “No cabe duda que aquello debió influir para que, meses después desmontaran el campo de concentración y nos trasladaran a un penal llamado García Aldave, en Ceuta, pues en el Hacho, siniestra fortaleza, no cabían ya más detenidos”, aclaraba Francisco.
Campoy que pasó el resto de su vida en Francia nunca paso ni un solo día sin pensar en aquellos terribles meses donde declara que tenía que cantar el “cara el sol, con el brazo extendido a estilo de falange, mientras los guardias nos vigilaban por detrás, agudizando el oído para sino se cantaba nos dieran un latigazo en la espalda”.
Este joven tuvo que seguir viviendo los horrores de la guerra trasladado a la península donde continuaba la contienda. “Como yo era militar, al obtener la libertad tenía que reintegrarme a mi batallón, que en principio era el de Cazadores de Ceriñola número 42. Por tren nos enviaron desde Tetuán a Ceuta y de Ceuta a Algeciras, rumbo a Sevilla y de Sevilla a Plasencia”. La historia de Campoy fue uno los testimonios fundamentales para Ramos y Feria a la hora de esclarecer parte de aquel episodio de la Guerra Civil española en Marruecos.