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jueves, 11 de noviembre de 2021

El ‘fantasma’ del Callejón del Lobo


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Corrían los años cincuenta del siglo pasado, en plena posguerra. No existían los servicios de los que actualmente se dispone en una ciudad moderna, por lo que habían zonas de Ceuta que, de noche, se encontraban sumidas en plena oscuridad.
Corrían los años cincuenta del siglo pasado, en plena posguerra. No existían los servicios de los que actualmente se dispone en una ciudad moderna, por lo que habían zonas de Ceuta que, de noche, se encontraban sumidas en plena oscuridad.

Era el caso del denominado ‘Callejón del Lobo’, lo que es la calle Almirante Lobo, si bien por la falta de luz podría decirse que era como la boca del temible animal.

Allí se emplazaba una carbonería y también, muy cerca, el bar Cantabria, así como una churrería y otros puntos de comercio.

La calle se encuentra adyacente a las calle Real y Salud Tejero. Antiguamente era un callejón, exiguo.

Se produjo un episodio aparentemente sobrenatural, que tenía sobrecogido al vecindario durante una buena temporada.

Ni más ni menos que la aparición de un ‘fantasma’. Como es habitual en las historias de fantasmas, las apariciones se producían de noche. Aparecía un fantasma ensabanado, con una luz que surgía de su cabeza.

Uno de los niños de aquel entonces explica que todo el vecindario se encontraba “aterrorizado”, así como los residentes en zonas adyacentes y ceutíes en general que tenían que transitar por dicha zona. No ha querido ser identificado a efectos de prensa, pero sí indica que recuerda claramente que todos estaban asustados, que evitaban salir de noche, y fundamentalmente los menores que vivían en la zona. Esta persona indica que aunque no vio jamás al fantasma, sí conocía los testimonios de vecinos y que personalmente tenía miedo.

“La gente se quedaba encerrada en sus casas. A los niños nos decían que no podíamos salir a la calle, porque había un medio real al fantasma del Callejón del Lobo”, explica.

Los episodios iban siendo más frecuentes y el pánico iba cundiendo en la población. Hasta el punto que la Policía Armada, los ‘grises’, decidieron tomar cartas en el asunto y emprender una investigación y una discreta vigilancia en la zona.

Andrés Domínguez Espinosa, el prestigioso periodista y columnista que escribe bajo el seudónomo ADE, era uno de los chiquillos que jugaban en pandilla por la zona. Fue testigo del fin del misterio, de la pesadilla que tenía atemorizado al barrio.

“Estábamos jugando cuando de pronto apareció el ‘fantasma’. Iba cubierto con una sábana y llevaba una vela en la cabeza”, explicó. Andrés tenía entonces doce años, como la mayor parte de los chicos con los que estaba jugando.

Como es normal, los chavales se quedaron paralizados, hasta que se escuchó un grito: “¡Policía!”.

Los agentes intervinientes lograron reducir al ‘fantasma’ e inmovilizarlo en el suelo, tal y como explica el testigo. Se acuerda del episodio como si hubiera sido ayer mismo.

En ese momento, al alzar la sábana para ver quién era el ‘fantasma’ descubrieron que era del género femenino.

Una mujer, que otro testigo recuerda que era rubia y con ojos celestes, era la que había estado atemorizando a todo un vecindario, disfrazándose de una aparición espectral.

Ya se desconoce que ocurrió posteriormente, si fue detenida o finalmente quedó en libertad, dado que en realidad no habías cometido delito alguno.

Quedaba únicamente por ver cuál era la motivación que impulsaba a esta señora a asustar a todo el que se atreviera a acercarse a determinada zona a horas en las que ya había caído el sol.

No se sabía a ciencia cierta si era una bromista que aprovechaba la superstición de los vecinos para darles un susto morrocotudo.

Los distintos testimonios, no el de ADE, recabados por este diario ofrecen una versión mucho más concreta.

Al parecer, la señora estaba manteniendo habituales relaciones extramatrimoniales, por lo que se propuso ahuyentar a cualquier viandante o curioso que pudiera reconocerla.

Un ‘misterio’ que desvelaron los ‘grises’ y que mantuvo en vilo a centenares de personas durante bastante tiempo hasta que, finalmente, se resolvió por las bravas, con una explicación de lo más prosaica.