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Cristianos, musulmanes, judíos e hindúes han convivido en una extensión de menos de 20 km2 de superficie bañados por el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico. Este crisol de culturas y cocina ha hecho de Ceuta un entorno gastronómico único con platos que, como la Pastela marroquí, deleitan a cualquier paladar.
Por Carmen González Rincón.
CEUTA, España.- Un buen vino o una fría cerveza acompañada de una tapa reúne a muchos ceutíes en la céntrica calle Jáudenes. De toda la oferta para este tapeo, a quienes vienen de fuera de Ceuta les suele sorprender el montadito de corazones de pollo, plato único en la gastronomía de española.
Según cuenta la historia, todo comenzó cuando el dueño de un antiguo bar cocinó esta casquería con especias, ajo, perejil y limón y lo sirvió a unos clientes habituales para gastarles una broma que no salió bien porque les encantó el invento. La broma se convirtió en la receta más ceutí por excelencia.
La geografía de la ciudad la hacen también uno de los mejores lugares para consumir el atún de almadraba, buenos mariscos como la concha fina y pescados en salazón únicos. Estas conservas marinas llevan realizándose en la ciudad desde la época romana, como bien atestiguan los numerosos restos arqueológicos encontrados. “Volaores” o bonitos adornan el verano ceutí, colgando de muchos balcones para que los vientos de levante y poniente terminen de secar y curar el pescado.
La geografía de la ciudad la hacen también uno de los mejores lugares para consumir el atún de almadraba, buenos mariscos como la concha fina y pescados en salazón únicos. Estas conservas marinas llevan realizándose en la ciudad desde la época romana, como bien atestiguan los numerosos restos arqueológicos encontrados. “Volaores” o bonitos adornan el verano ceutí, colgando de muchos balcones para que los vientos de levante y poniente terminen de secar y curar el pescado.
La relación tan cercana con el vecino país de Marruecos ha hecho que la gastronomía ceutí funda lo mejor de ambos países. En la ciudad los fines de semana comienzan con el clásico cous-cous de los viernes –tradición tomada del día festivo de los musulmanes- y termina con la paella del domingo.
Cuatro culturas, cuatro cocinas
En Ceuta han convivido cristianos, musulmanes, judíos e hindúes durante siglos. Las festividades religiosas marcan los menús en muchos hogares y restaurantes de la ciudad.
Como cualquier otra región de España, la Semana Santa se refleja no solo en el olor a incienso en las calles, sino también por los dulces más característicos de esta época. Rosquillas, torrijas o arroz con leche son unos clásicos más que reconocidos.
Más desconocidos son los típicos dulces que las principales panaderías y pastelerías de la ciudad exhiben durante el mes del Ramadán: chuparquía (shubbakia), breguas de pollo, canutillos de almendra y pastelas.
Con la caída del sol, muchas calles huelen a harira, una sopa emblemática de la cocina marroquí que se ha hecho hueco en la cultura ceutí. Compuesta por verduras, legumbres, cereales y carne, esta contundente sopa ayuda a recuperar el organismo después del día de ayuno.
Una visita a Ceuta debe concluir, sin importar la época del año, con un té con hierbabuena sentado en algunas de las cafeterías de la ciudad, que sabe mejor acompañado de rgayef, una especie de crepe marroquí.