La Drosophyllum no es precisamente espectacular pero si rara, muy rara. Rara en cuanto que es una planta carnívora y eso, no lo negarán, es raro, raro, de hecho son solo un 0,2 por ciento de las plantas angiospermas (con flores), solo 600 de más de 350.000 especies. Rara porque si, habitualmente, las plantas carnívoras aman los terrenos húmedos y ricos, como los suelos higroturbosos (suelos “empapuchados”, traduce el botánico), nuestra amiga la Drosophyllum prefiere los terrenos secos, especialmente en el herrizal, un hábitat típicamente mediterráneo en el que el doctor Ojeda es especialista y que es el hogar de la Drosophyllum. Porque, si bien el resto de las plantas carnívoras de extienden por diferentes zonas del planeta, Drosophyllum solo vive en un arco entre Oporto y Ceuta.
Única en su familia y amante del fuego
Rara también por su historia. “Es una planta tremendamente antigua”, explica Ojeda, la superviviente de una época de cambio climático que en el Estrecho fue un poco más benigna y de la que es “testigo excepcional”. Y es que el linaje evolutivo de la Drosophyllum es también único, ella es en sí misma la única especie de su familia. Es en si misma familia y especie, como Ceuta es ciudad y autonomía. Drosophyllum no tiene familia, sus “primas” más cercanas son unas lianas que viven en el Golfo de Guinea y en el Sudeste asiático que solo son insectívoras en sus primeras fases de crecimiento.
Y por si fueran pocas rarezas, la de nuestra exótica y antigua vecina Drosophyllum ama el fuego. “Es una planta postfueguícola”, bromea Ojeda, inventando un nuevo término científico. La Drosophyllum es una de esas extrañas plantas pirofílicas que aprovecha para crecer tras un incendio. El suelo quemado es su oportunidad y si hay un hábitat que arde con fervor es el herrizal y los brezales, terrenos sin árboles –“y si no hay árboles, malo”, advierte- “Sé que hablar del fuego como un elemento del sistema hay que hacerlo con cuidado, pero hay que hacerlo”, defiende Ojeda, que ha comprobado, sobre el terreno y en el laboratorio, que la Drosophyllum ama el fuego y éste estimula su germinación.
No acaban ahí sus rarezas. Drosophyllum es además insectívora estricta – el reverso de un fundamentalista vegano, en tanto que es planta y carnívora estricta- “Es carnívora, carnívora, como se es de Cádiz, Cádiz”, subraya Ojeda. Y no es exactamente pasiva, como sospechaba Darwin. Drosophyllum genera una especie de savia que atrae a los insectos con compuestos orgánicos volátiles, como ha demostrado el equipo de Ojeda en la UCA. De hecho, explica el botánico, los portugueses las arrancaban para colgarlas de las ventanas para atrapar moscas en verano, uno de los motivos por los que está en peligro.
Son muchos (muchos, muchos) más los detalles que hacen de la Drosophyllum una maravillosa rareza, de las que este botánico habla con pasión, con tantos datos que exigirían un suplemento especial, pero baste de momento para destacar a una singular y valiosa vecina que hasta ahora había pasado desapercibida pero que, por su singularidad, su antigüedad y su condición de fósil viviente y joya de la botánica merecería estar en la bandera de Ceuta. Si la próxima vez que pasee por el Mirador de Isabel II ve una humilde planta llena de insectos pegados en sus hojas, salude con respeto, está ante la vecina más rara y valiosa de Ceuta.